Nuestro peculiar soldado,
de nombre Tiberio Casius Pérez, nació en lo que hoy es Torremolinos
en el año IX a. C. De padre romano
y madre hispana, se críó en la clandestinidad durante la ocupación
romana de la Península, oculto a los ojos tanto del resto de
hispanos como de romanos. El amor de sus padres era uno prohibido,
una locura, una pasión por las que antaño los hombres morían en el
campo de batalla. Sin embargo, la madre acabó hartándose de vivir
en la sombra y se enamoró de un tal Traviesus Máximus, conocido
compañero de su padre.
‒¡Él
me da lo que tu no puedes!‒
Decía la madre.
De
esta manera la madre dejó todo atrás y marchó con su amante al
norte. Algunos datos apuntan que fueron vistos por última vez
merodeando la costa del Mar Báltico.
El
padre, desconsolado, volvió a Roma con su recién nacido, pero al
verse superado por las circunstancias lo abandonó en una de las plaza centrales de la ciudad a fin
de poder encontrarse de nuevo a sí mismo y dejar atrás todo
aquello. El bebé fue encontrado entonces por un profeta nómada
ciego que sólo hablaba latín, y ante los llantos del niño decidió
acogerlo bajo su manto.
Dada
su corta edad el muchacho acabó dominando varios idiomas que lograba
aprender en los viajes del viejo nómada, especialmente el latín,
que acabó dominando a base de golpes de remo que le propinaba el
anciano cuando declinaba mal una palabra o confundía los tiempos
verbales. Entre algunas de sus obligaciones para con el viejo, Tiberio debía ser sus ojos para leer y escribir, de manera
que todas las noches le leía una tablilla o dos al ciego para que
este conciliara el sueño. En otros tiempos el profeta había sido
maestro de escuela, pero sus nociones fueron consideradas chaladuras
y fue rápidamente encerrado. Al verse en esa situación el viejo
decidió seguir los pasos de Sócrates y se bebió un brebaje que
había guardado bajo su axila para casos como este. Si no puedo vivir
anunciando la verdad prefiero no vivir, pensaba, así que se bebió
el brebaje de un trago. Sin embargo, la pócima había caducado,
provocándole en vez de la muerte, una ceguera crónica y
alucinaciones constantes, siendo entonces liberado al considerarle un
loco, un atenuante importante donde los hubiera.
Tiberio
leía ávidamente las tablillas que el profeta aún conservaba de su
antiguo oficio y acabó decidiendo que él también quería llegar a
ser maestro de escuela, quizás él algún día pudiera suicidarse al
revelar algo que el resto no sabían ni admitían, pero él lo haría
con éxito, no esperaría hasta el final para tomarse nada, se
aseguraría que nada estuviera pasado de fecha.
Pasaron
los años y la noche que el muchacho cumplió la mayoría de edad el
profeta desapareció sin dejar rastro, sólo quedaron atrás su
tablillas. El chico, ahora un hombre, pensó que quien había tenido
todo este tiempo a su lado había sido una deidad protectora que
había bajado de los cielos para iluminar su camino. Sin embargo, lo
que no sabía el muchacho era que aquella noche el profeta, al
levantarse para hacer aguas menores, había caído rodando por una
colina a la corriente de uno de los ríos que suministraba agua a la
ciudad y que había acabado en Fuenjirola, arrastrado por la
corriente hasta el mar.
Decidido
y con vista al frente, el muchacho emprendió su camino para opositar
como profesor en una escuela pública. Logró aprobar el examen
satisfactoriamente, pero la situación laboral para los maestros no
es que fuera la mejor después de algunas de las reformas educativas
del César Augusto Mequedaus, de manera que para poder sustentarse
entre que lograba un puesto digno como maestro decidió alistarse al
ejercito romano. A los poco meses de acabar el entrenamiento fue
ascendido a sargento y destinado a Judea, pero fue inmediatamente
degradado cuando intentó enseñar a vocalizar a un oficial gangoso
de la Guardia Imperial.
Y
así continúa ahora, sirviendo a Roma como soldado, pero sin
abandonar su vocación para la enseñanza, a espera de que la
situación laboral mejore y pueda finalmente oficiar como maestro, al
fin y al cabo ésto sería sólo algo temporal.
jajaja Cesar Augusto Mequedaus!
ResponderEliminarJaaaaaaajajajaja viva los trabajos temporales!!
ResponderEliminar